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Autosuficiencia conectada: ajustarnos a lo que tenemos

Juan Requejo Liberal: consultor de planificación y socio de la Fundación Renovables.

Domingo Jiménez Beltrán: patrono de la Fundación Renovables.

 

Una de las características más destacadas del modelo de sociedad urbano-industrial es la organización de la producción de bienes y la prestación de servicios en grandes sistemas que normalizan los procesos y configuran un sistema donde producción y consumo están integrados. La alternativa a este sistema integrado es el autoabastecimiento, la autosuficiencia. En las sociedades tradicionales era (y es) el sistema existente. Es un sistema que ajusta el consumo a los recursos disponibles, primera ventaja y, en segundo lugar, en el que hay una aproximación máxima entre producción y consumo. Es decir, se recurre a canales cortos que reducen los costes en la distribución.

La distribución del agua potable en las ciudades modernas es un ejemplo de aquellos sistemas integrados. Sin embargo, en las sociedades tradicionales la provisión de agua se resuelve mediante captaciones no integradas y, en muchos casos, es una necesidad que resuelve cada familia. También la provisión de energía tradicional, normalmente mediante biomasa, responde a la misma lógica de resolución fragmentada, autosuficiente.

El defecto principal del gran sistema integrado es que ofrece un estímulo al consumo, gracias a la aparente falta de límite del recurso; únicamente el precio actúa como limitante o dosificador, y este factor de regulación solo es determinante para la parte de la sociedad que está en los niveles bajos o medio-bajos de renta disponible. Este defecto se agrava con la creciente falta de internalización de los costes, sobre todo ambientales. Este efecto está en la base del consumo abusivo de los combustibles fósiles.

Esta forma de organizar la prestación de servicios básicos se ha traducido en un incremento exponencial del consumo. El agotamiento de recursos naturales, junto con la generación de residuos no procesables ha generado una situación insostenible, de la cual forma parte el Cambio Climático, entre otros graves desequilibrios del sistema global.

Además, estas economías de escala con baja nivel de autoabastecimiento y alta dependencia -como es el caso de España en recursos energéticos (dependencia superior al 80%)- provocan una mayor vulnerabilidad, sobre todo en situaciones de crisis, y una menor resiliencia, factores importantes tanto en términos tanto de competitividad como de nivel y calidad de vida.

Todo lo anterior abunda en la relevancia de la autosuficiencia conectada y en la necesidad inexorable de recurrir a ella en cualquier proceso de transición hacia un escenario más sostenible y gobernable.

El fallo actual es sistémico

En materia de energía es imprescindible, e impostergable, cambiar el modelo energético. La prioridad es la descarbonización, dejar de emitir Gases de Efecto Invernadero (GEI) a la atmósfera cuanto antes. El cambio de modelo se basa en la reducción del consumo de energía, en la masiva incorporación de energías de fuentes renovables con una mayor electrificación del sistema y en la generación distribuida que permiten estas tecnologías, sobre todo la fotovoltaica.

En materia de recuso hídrico, el cambio implica la aplicación estricta de criterios de buena gestión al ciclo integral del agua y a su hibridación con el sistema energético, lo que permite una optimización de dicho ciclo así como la generación de recursos externos. Es el caso de la desalación, en particular de agua de mar en las regiones costeras mediterráneas (1 MW eólico o 2 MW fotovoltaicos generan la energía suficiente para obtener un Hm3-1 millón de m3- de agua desalada de alta calidad).

En lo que respecta a la gestión de materiales, el principio del cambio es la aplicación del concepto de economía circular, empezando por el ya no utópico objetivo de “residuos cero”, inmediatamente alcanzable si se trasforman los residuos -tanto de procesos de consumo de productos (sistemas de depósito para envases de bebidas…) como de prestación de servicios (depósitos para escombros de demoliciones…) en recursos mediante su simple asociación a un precio.

Si nos centramos en la energía, el cambio de modelo debe basarse en la revisión del principio de organización del sistema integrado, sustituyéndolo por un nuevo principio de “autosuficiencia conectada” a todos los niveles, empezando por las propias viviendas unifamiliares o bloques, barrios, ciudades, municipios, industrias y polígonos industriales y extendiéndolo a regiones y países. Todos pueden aspirar, gracias a las tecnologías renovables, a generar en su entorno la energía -en particular, eléctrica- equivalente a su consumo. En la medida de lo posible esto debería acometerse de forma conectada, es decir, en sistemas mallados -para, en su caso, disponer de aportes externos o evacuar excedentes- y en los que la movilidad eléctrica con capacidades de acumulación significativas jugaría un papel importante.

El mejor ejemplo inicial del cambio de modelo fueron las placas de energía solar en las azoteas de los edificios para calentar el agua (ACS). Se trata de un sistema que resuelve sus necesidades con los recursos energéticos disponibles en el lugar y que recurre al uso de la energía de la red sólo cuando se han agotado las opciones de autosuficiencia.

Hoy este sistema empieza a simplificarse con una mayor electrificación de las viviendas y el recurso a placas fotovoltaicas con cuya energía eléctrica se puede calentar el agua aunque también disponer de calefacción o de refrigeración a través de bombas de calor y, así, satisfacer en balance neto las exigencias energéticas de un hogar o edificio evacuando energía a la red cuando hay excedentes o aprovisionándose de la misma cuando se necesita. Es el llamado “autoconsumo con balance neto”, hasta ahora poco propiciado por el anterior Gobierno recurriendo al denostado “impuesto al sol”, que esperamos que tenga los días contados.

Utilizando los recursos energéticos disponibles en un lugar, en un territorio propio, se consigue una mayor racionalización en el uso y consumo de la energía y un trasvase masivo de la energía primaria a energía de fuente renovable.

Este principio de “autosuficiencia energética conectada” puede y debe ser aplicado a cada centro de consumo y a las diferentes escalas (edificio, barrio, ciudad y a escala supralocal). Según el escenario energético propuesto por la Fundación Renovables para el 2030 (partiendo de una reducción importante del consumo del 25%, que es clave) es perfectamente viable alcanzar una autosuficiencia del 50% (ahora es del 20%) con una electrificación de la energía final del 50% (actualmente es del 25%) y una cobertura de la generación de electricidad con renovables del 80% (hoy en día es del 40%), que se beneficiaría ciertamente de una mayor capacidad de las conexiones eléctricas con los países vecinos.

La aplicación de este principio a los recursos hídricos permitiría acercarse progresivamente también a la autosuficiencia hídrica conectada (no enchufada), suplida cuando sea necesario mediante transferencias o intercambios (no mediante trasvases, aunque sí utilizando e incluso completando infraestructuras existentes).

¿A qué esperamos para planificar ya esta transición que exige una profunda aunque ineludible reconversión para mejorar el presente y alcanzar el futuro?

Fuente: La Información Opinión

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