Ante la Conferencia de las Naciones Unidas (ONU) sobre el Cambio Climático (COP25) que se celebra en Madrid del 2 al 13 de diciembre, el Parlamento Europeo (PE) acaba de adoptar una resolución en la que declara una “emergencia climática y medioambiental” en Europa y a nivel global, que se acompaña con otra pidiendo medidas más específicas al respecto.
El PE insta a la Unión Europea (UE) a presentar en la Conferencia su estrategia para neutralizar la totalidad de sus emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) tan pronto como sea posible, a más tardar para 2050. Además, pide a la Comisión Europea (CE) que garantice que todas sus propuestas legislativas y presupuestarias tengan en cuenta el objetivo de limitar el calentamiento global a un máximo de 1,5°C.
Como medida concreta, entre otras más específicas como duplicar las contribuciones de los Estados miembros (EMs) al Fondo contra el Cambio Climático y ajustar el Presupuesto de la UE a tal fin, se pide a la CE, y a su nueva Presidenta, Ursula Von der Leyen, que en su iniciativa estrella del Pacto Verde Europeo incluya un objetivo para la reducción de las emisiones de GEI del 55% para el 2030, muy superior al que figura actualmente en el Paquete de Energía y Clima que es del 40%.
Hay que felicitar calurosamente al PE por esta iniciativa tan oportuna como ambiciosa. Pero la cuestión es cómo se va a traducir esta demanda en propuestas de la CE, que es quien tiene la capacidad de iniciativa para acordar e implementar estrategias y planes para conseguir “emisiones cero/balance neto” antes de 2050 y una reducción de las emisiones del 55% con respecto a 1990.
De manera general, ¿cómo se va a hacer buena la “Declaración de la UE de Emergencia Climática”? Esto implica que la UE y, operativamente, la CE ingresen las políticas de energía y cambio climático en la sala de urgencias para ser objeto de medidas drásticas, incluso disruptivas y de urgente aplicación. Hay que romper la cautela y la progresividad impuesta por algunos EMs y, sobre todo, por los sectores económicos, energético, minero, eléctrico, del automóvil, del transporte, turístico, agrario … e, incluso, sindicales, algunos de los cuales ya amenazan con echarse al monte. No tenemos tiempo que perder y los esfuerzos de reducción hay que triplicarlos, como mínimo.
Por ahora, el Consejo Europeo, que comparte con el PE la capacidad legislativa en codecisión, ya ha negado la mayor al no apoyar la propuesta de la CE para alcanzar un balance neto de las emisiones en 2050, como pide el PE. Esto se debe al rechazo de Polonia, Hungría y la República Checa, países, en particular Polonia, a los que las ayudas propuestas por la CE para la transición de su industria minera y de generación eléctrica basada en el carbón les parecen insuficientes.
¿Cómo se pueden revertir estas situaciones y que los EMs tengan, en general, un planteamiento proactivo en lugar de reactivo? ¿Qué se puede hacer para que los EMs se convenzan de que aquello que es ventajoso para la UE, y para el mundo en general, lo es también para cada uno de ellos, independientemente de sus circunstancias?
Revertir la situación actual requiere de una transformación del modelo de producción y de consumo de la UE y, en consecuencia, de las Políticas Comunitarias de Energía y Clima. De manera paralela, necesitamos incrementar sustancialmente los recursos presupuestarios y financieros comunitarios para poder hacer viable esta ambiciosa y rápida necesidad de transición.
Por tanto, parece que el único instrumento capaz de hacer buena la Declaración de Emergencia Climática, y de hacer creíble y viable esta transición energética, es hacer de la Política de Energía y Clima una Política Común de la UE (PECC). La más conocida de estas Políticas Comunes es la Agrícola, la PAC, lo que implicaría el traslado o cesión de competencias a la UE por parte de los EMs, en un sector tan “estratégico” y celosamente respetado. La UE pasaría a legislar mediante instrumentos de aplicación directa sin la necesaria, hasta ahora, transposición previa a las legislaciones nacionales. Además, se necesitarían los recursos comunitarios suficientes para hacer posible esta PEEC, que podría implicar multiplicar, más que incrementar, el ridículo presupuesto comunitario que, en las nuevas perspectivas financieras 2021-2027, difícilmente se acercará al 1,1% del PIB comunitario pedido por la CE y del que casi un 40% se lo lleva la PAC.
Supone una magnífica oportunidad para, una vez actualizado el Tratado, que ahora sería “de Madrid”, ofreciendo competencias suficientes en materias de energía y clima para la PECC, eliminar la unanimidad para decisiones del Consejo en materia de fiscalidad y así poder introducir los impuestos comunitarios en materia de energía y clima, tan deseados por la CE. Esto permitiría introducir también el impuesto al CO2 que ya se intentó en 1992 con ocasión de la famosa Conferencia de Río que alumbró la Convención de Cambio Climático, o sobre los carburantes, el queroseno de aviación, la electricidad de fuentes no renovables…, y tantos otros que orientarían el cambio de modelo energético y económico.
A sensu contrario, no recurrir a una PECC implicaría no solo no hacer buena la Declaración de Emergencia en términos políticos, sino convertirla en un proceso tortuoso y carente de sentido práctico y operativo.
La energía, que está en los orígenes de la UE, con la CECA, Comunidad Europea del Carbón y del Acero, y la Comunidad Europea para la Energía Atómica – Euratom, podría convertirse ahora en la base para su dinamización y con ello liderar el cambio global para “hacer del desafío del cambio climático un clímax para el cambio” (superando la atávica y reactiva “lucha contra el cambio climático”), dejando a los negacionistas y, en particular, al Presidente Trump, disfrutar de la desventajosa situación de negarlo.
El momento de anticipar este propósito de avanzar hacia una Política Común de Energía y Clima en la UE como respuesta a la Resolución del PE, a las exigencias de la ONU y al clamor general de los ciudadanos europeos y del mundo, hastiados por el retraso continuo en el horizonte de reversión de las emisiones, es la COP25 de Madrid. Es la hora de la verdad para que la UE lidere con el ejemplo el cambio global.
Autor: Domingo Jiménez Beltrán
Fuente: La Información Opinión