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Déjennos soñar con una verdadera Unión Europea, la de la Energía

Domingo Jiménez Beltrán

Presidente de la Fundación Renovables

Hace ya casi 60 años nacía lo que hoy es la Unión Europea y lo hacía de la necesidad de crear nexos socioeconómicos entre los Estados europeos, en particular Francia, Alemania, Italia y el Benelux, para prevenir conflictos bélicos después de dos grandes guerras en 30 años. Lo curioso es que el nexo original fue energético, con el llamado Tratado CECA, Comunidad Europea del Carbón y del Acero, al que se uniría luego el Tratado Euratom para la energía nuclear, que subsistieron como tales hasta que estas comunidades europeas se refundieron en lo que hoy es la Unión Europea (UE).

Esta UE, regida por el Tratado de Lisboa y que fue y sigue siendo un ejemplo precursor de lo que el sociólogo Antonio Castell lama “Estado Red” destinado a suplir a los estados actuales que cederían partes crecientes de sus competencias y poderes a cambio de una mayor eficacia y eficiencia en sus políticas y mayor peso y competitividad en la creciente globalización, se vuelve a encontrar en la encrucijada.

La UE debe decidir ya si lo que queremos es más Europa o más o menos “Estado Red”, partiendo de que la crisis hubiera sido menor si hubiera habido más armonización fiscal y más unión económica y no solo monetaria, aunque esto nunca interesó ni interesa al Reino Unido que vería peligrar su ventajista City londinense que tan pingües beneficios les genera a costa de perjuicios generalizados para los otros Estados; algo a lo que no sería ajeno el llamado proceso “brexit” de salida de Gran Bretaña (Britains exit).

Hay además otras políticas como la ambiental, por no hablar de la agrícola, cuya comunitarización progresiva ha sido beneficiosa para todos los Estados y ninguno, incluso los más progresistas como Dinamarca o pragmáticos como el Reino Unido, puede decir que hubiera progresado más fuera de la UE. Y esto es válido para las políticas de cambio climático en las que el liderazgo de los Estados dentro de la UE es patente, así como el correspondiente en políticas energéticas para un futuro “descarbonizado” (sin combustibles fósiles) y con ventajas claras para la industria europea de renovables muy presentes en mercados como el de Estados Unidos.

Así que una política energética y de cambio climático, es decir, baja en fósiles e intensa en eficiencia y renovables, en manos hoy de un Comisario español, Arias Cañete que se confiesa converso (otrora fue escéptico activo frente a las renovables) es ya un potente activo de la UE, pudiendo serlo mucho más, y que sin duda se perdería el Reino Unido si se produce su salida de la UE como bien ilustra el informe del IEEP de Londres sobre las consecuencias ambientales y  para las políticas afines de dicha salida.

En esto no se equivocó el Presidente de la Comisión Europea, Juncker,  cuando  definió al iniciar su mandato como su segunda prioridad, después del crecimiento y el empleo, una Unión (europea) de la Energía como buque insignia de su relanzamiento estratégico y de “empoderamiento” (energía en inglés es “power”, poder), dada su dependencia energética (del 50% para la UE y de más del 80% para España si no incluimos como autóctona la nuclear) y por tanto vulnerabilidad, y el importante incremento de los  beneficios económicos y sociales en el caso español.

En la visión de Juncker esta Unión de la Energía implicaría “poner en común los recursos”, “combinar nuestras infraestructuras” y “la unión de los poderes de negociación frente a terceros países”, lo que nos hizo soñar con una Política Energética Común, una PEC, similar a la Política Agrícola Común, que España conoce bien y disfruta aún más, con regulación y recursos financieros comunitarios que podrían incluso provisionarse con una fiscalidad energética comunitaria.

Imaginémonos un apolítica energética y de cambio climático alejada de Ministerios clientelistas como el nuestro de Industria y Energía, muy influido por los oligopolios energético y eléctrico y sus intereses, como lo ha estado en las dos últimas legislaturas, una del PP y otra del PSOE, y en las que los pocos progresos se han debido a la incipiente política energética comunitaria.

Imaginémonos una Política Energética Común que hubiera estado vigente en el último decenio: según las propuestas de la Comisión Europea, hasta ahora abortadas por sus limitadas competencias, habría elevado los objetivos para energía y cambio climático de 2020, así como de 2030 que son los comprometidos con Naciones Unidas, lo que habría evitado que en 2015 la UE fuera la única región en el mundo en la que bajaron las inversiones en renovables, con todo lo que esto representa para el pujante sector  europeo, y en el caso español, el déficit de tarifa, unos precios de la electricidad superiores a la media europea, una regulación deficiente de las renovables cuyos efectos finalmente tienen que pagar los pequeños inversores, y favorecido una participación muy superior de las renovables en la generación eléctrica con una mayor participación del autoconsumo, potenciado en vez de frenado, y que en el caso de la fotovoltaica nos habría situado al menos al nivel de Alemania, con ocho veces más de potencia instalada que España cuando su nivel de irradiación solar es muy inferior, mayores y mejores interconexiones …y mucho más.

Y sobre todo imaginemos el futuro si la visión del Presidente Juncker se hubiera ya traducido en una propuesta de Política Energética Común, como perfilaba en su discurso y pedía la Fundación Renovables en su propuesta para las elecciones al  Parlamento Europeo, en lugar de en un reforzamiento de las políticas energéticas actuales (aunque sea importante en materia de interconexiones entre los Estados miembros) como plantea  la propuesta  de la Comisión “para una energía segura, sostenible, competitiva y asequible para todos los europeos“ en la que se ha concretado la Unión de la Energía de Juncker.

Tanto por la última comunicación de la Comisión sobre el Estado de la Unión de la Energía, que por cierto muestra como el empleo en el sector de las energías renovables ha caído en picado en España, con un porcentaje sobre el total de un tercio de la media comunitaria, como por una reciente reunión con el Vicepresidente de la Comisión Maroš Šefčovič, responsable de la Unión de la Energía, hemos podido comprobar que la Comisión parece haberse plegado, al menos por el momento, a las presiones de los países más resistentes a lo que sería una política energética y de cambio climático más ambiciosa que derive en una Política Energética Común.

Afortunadamente, en esta poco ambiciosa Agenda de la Comisión para 2016, una prioridad es el diseño y la regulación del mercado eléctrico a nivel comunitario, ya que lo piden hasta empresas eléctricas españolas como Iberdrola, ante los escasos avances en su liberación y el persistente caos regulatorio entre los Estados miembros, lo que podría, debidamente planteado, avanzar en la legitimación de la Comisión y en esta ensoñación de una Política Energética Común. Una PEC que seguro sería un vector de cambio del modelo energético y con ello del modelo de progreso de la UE y de España que bien lo necesitamos y podría contribuir a recuperar el músculo de la UE e ilusionar a los ciudadanos europeos ya que para la Comisión la Unión de la Energía implica colocar en el centro al ciudadano, al usuario, “empoderándolo” en particular con el autoconsumo, que bien merecería regularse a nivel comunitario. A ver si el Comisario Arias Cañete nos echa una mano.

Fuente: Blog 20 minutos.

 

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