Domingo Jiménez Beltrán – Presidente de la Fundación Renovables
La Comisión Europea ha llegado a la conclusión, en su llamado Paquete de Invierno “Energía Limpia para todos”, presentando en noviembre de 2016, de que no se puede racionalizar la demanda sin optimizar la oferta ni viceversa. Algo que ya se intuía en sus paquetes Energía 2020-2030 al fijar objetivos conjuntos para la eficiencia energética (demanda) y para las renovables (oferta) con el fin de que, explotando ambos simultáneamente, se consiguiese la reducción de gases de efecto invernadero y de CO2 de forma eficaz y eficiente.
Integrar la oferta y la demanda es clave. Llevado al extremo, puede traducirse de forma operativa en que ambas acciones concurran en el mismo sujeto: el consumidor de electricidad también como productor, o “prosumidor”, como repite machaconamente mi colega Fernando Ferrando; es decir, lo que se conoce ya como “autoconsumo”, sobre cuya extensión conceptual versa este texto y de cuya trascendencia nos da una idea la enorme oposición a su desarrollo por parte de las eléctricas y la consiguiente limitación por parte del Gobierno.
El no hacer esta integración oferta-demanda, es decir, la falta de una planificación energética, en particular en energía eléctrica que integre ambos conceptos, ha llevado a grandes despropósitos al diseñar el sistema de infraestructuras en función de la oferta, lo que en el caso español se traduce en una capacidad de generación eléctrica de más de 100.000 MW, cuando la demanda pico apenas supera los 40.000 MW.
Este sobredimensionamiento es parte de la resistencia al cambio de las empresas eléctricas (léase también del Gobierno actual, secuestrado por las empresas) las cuales querrían seguir rentabilizando capacidades de generación, no solo por intentar recuperar el valor que figura en su balance y que podía ser considerado como activo tóxico sino porque están gran parte del tiempo sin operar al no existir demanda (cuando se pueden parar, que no es el caso de las nucleares) con el consecuente lastre económico. A lo que hay que añadir que además deberían desaparecer en gran parte y lo antes posible por su insostenibilidad al estar basadas en combustibles fósiles o nucleares.
El “Paquete de invierno” incluye 8 propuestas legislativas y de estrategia que se entrecruzan para intentar dar una respuesta integrada al doble desafío de racionalizar la demanda y optimizar la oferta y empezar a instrumentar así, de forma operativa, una verdadera Política Energética Común como propone la Fundación Renovables.
Esta política debe formar parte de la nueva Unión Europea que empieza a construirse sobre el Libro Blanco del Futuro de Europa que acaba de presentar la Comisión ante su aparente crisis y para celebrar los 60 años del tratado fundacional de Roma y que, sin duda, alumbrará una actualización del ahora vigente Tratado de Lisboa.
El que la Comisión haya descubierto la necesidad de tratar de forma conjunta e integrada la oferta y la demanda significa que la cosa va a funcionar, que el concepto impregnará progresivamente sus propuestas para conseguir, esperemos, el cambio del modelo y del sistema energético hacia uno que esté al servicio del ciudadano y gobernado por un consumidor empoderado. Este término de consumidor debe extenderse a todos los actores de la demanda energética, tanto privada como pública (ya sean viviendas unifamiliares, comunidades de vecinos, ciudades o municipios…) y también a la económica o empresarial (PYMES, polígonos industriales, explotaciones agrarias y empresas en general).
Autosuficiencia conectada
La traducción en términos operativos es simple: el consumidor de energía, en particular eléctrica, puede ya generarla (sobre todo con placas fotovoltaicas) y consumirla él mismo e intercambiar/vender sus excedentes con la red pudiendo alcanzar lo que se llama “balance neto”.
Esta capacidad que ahora nos ofrecen las renovables podemos definirla como “autosuficiencia conectada”. Con ella, un agente económico generador de energía eléctrica y conectado a la red, intercambia sus excedentes con otros generadores a través de la red a cuyo mantenimiento debe contribuir como usuario (aunque no cuando no la usa o autoconsume como se pretende con el “impuesto al sol” del Gobierno español). Según la llamada “doctrina Mota”, por el humorista, la autosuficiencia conectada conseguiría equilibrar “las gallinas que entran por las que salen”.
Lo bueno de esta autosuficiencia conectada en energía eléctrica es que hace ya tiempo que es posible y ventajosa técnica y económicamente a todos los niveles (no olvidemos que se puede producir agregaciones a nivel local, municipal, comarcal, sectorial, regional, estatal…) y que no solo redunda en beneficio del consumidor, ya sea privado, público o empresarial sino que además es muy ventajoso para el sistema energético en general, ya que desarrolla la generación distribuida con renovables y reduce significativamente tanto la demanda como la oferta al ajustarla lo más posible, a tope e “in situ”. De eso se ocupa el “prosumidor” porque ese ajuste a la baja redunda en su beneficio económico.
El resultado final es un “empoderamiento” del ciudadano y el consumidor en general que obtendrá mayores ventajas económicas, menor vulnerabilidad a posibles cambios de precios y, en general, menor dependencia de las empresas eléctricas de las que ahora es cautivo, a pesar de haberse segregado sus actividades de generación, distribución y comercialización, lo que hace que en los baremos de reputación ocupen los últimos puestos.
Lo peor es que, en particular en el caso español, el autoconsumo y consecuentemente la viabilidad y extensión de la “autosuficiencia conectada” está limitada normativa y administrativamente por un Gobierno que se hace eco de los intereses del sistema eléctrico.
¿Por cuánto tiempo podrá contener el Gobierno y las eléctricas el autoconsumo y la penetración masiva y viral del concepto de autosuficiencia conectada? Por muy poco, ya que es una alternativa evidente para todos los agentes de la demanda eléctrica, y cuanto más tiempo tarde, mayor será su impacto sobre el sistema existente como “concepto disruptivo” que da un vuelco total y rápido al mismo.
Fuente: Blog 20 minutos.