Domingo Jiménez Beltrán – Presidente de la Fundación Renovables
No hay duda de que el sistema energético español es insostenible, dilapidamos energía que además es en gran parte importada. Estas importaciones equivalen, en coste, a los ingresos netos del turismo, ¡que ya es decir!, y, lo que es peor, están basadas en combustibles fósiles lo que significa no solo elevadas emisiones de Gases de Efecto Invernadero sino además alta contaminación atmosférica en nuestras ciudades.
Pero tampoco hay duda de que este sistema energético podría y puede ser en el futuro muy diferente para España, mucho más sostenible en términos no solo ambientales sino también económicos y sociales. La cuestión es cuál es ese escenario energético con futuro y cómo se llega a él y en esto nos ayuda el desafío del cambio climático.
Hace ya años Greenpeace, siempre tan certera en sus slogans lanzó el de ‘De Cambio Climático a clímax para el cambio’ anticipando la propuesta reciente de Naomi Klein en su libro ‘Esto lo Cambia Todo. Capitalismo contra el Clima’ en el que califica el desafío del cambio climático como “la narrativa más fuerte para cambiar la economía capitalista” o el capitalismo salvaje.
Es decir, el cambio climático nos ha cargado de razón para hacer lo que en cualquier caso habría que hacer: cambiar el sistema energético y el modelo de producción y consumo y descarbonizar (y para ello desenergizar y desmaterializar) la economía, logrando así un modelo económico deseable aunque no hubiera cambio climático. Además, el propio cambio climático nos ha dado una dimensión del cambio y de la urgencia del mismo: necesaria descarbonización casi total de la economía global en 2100, hasta del 95% en la UE (con una reducción del consumo energético del 40%) y hasta del 60% a nivel global en 2050.
Así que ya sabemos dónde debe estar también España en 2050 como país que se beneficiaría de liderar el cambio, sin prácticamente combustibles ni carburantes fósiles (por supuesto sin nucleares, insostenibles por muchas otras razones) y con un consumo energético cercano a la mitad del actual. La cuestión es que este escenario, no solo necesario sino también oportuno y ventajoso, tiene verdaderamente futuro, particularmente para España.
Algo que también ha conseguido el desafío del cambio climático, como bien ha reflejado la Cumbre del Clima de Paris del pasado diciembre, es poner (o más bien recuperar) para la agenda global una tecnología verdaderamente disruptiva como son las energías de fuentes renovables, que nunca debimos abandonar, pero que la ficción y consiguiente adición a los combustibles fósiles, como decía George Bush padre, puso en vía muerta.
Lo mismo que la Edad de Piedra se acabó porque había alternativas mejores, los metales, la Edad de los Combustibles Fósiles se acaba porque hay alternativas mejores, las renovables. Estas últimas unen a sus ventajas ambientales y sociales ahora ya las económicas, que siempre las tuvieron (salvando el necesario periodo de su maduración tecnológica) pero que han estado neutralizadas por no internalizar sus costes ambientales y por las ventajas concedidas a los combustibles fósiles en forma de subsidios, los cuales siguen siendo todavía casi cinco veces superiores a las tan cacareadas ayudas a las renovables, y eso que estas ya han superado en inversión en generación a las basadas en combustibles fósiles.
Todo son ventajas con las renovables y lo reconocen los fondos financieros, muchos de los cuales no solo han dejado de invertir en energía fósil, en particular en carbón, (algunos ejemplos son el Fondo Soberano Noruego, el Fondo de Pensiones de Maestros y Funcionarios de California y, más reciente, el Rockefeller Family Fund que curiosamente se nutrió de los beneficios de las petroleras) sino que, como los magnates de la era digital Bill Gates y Mark Zuckerberg, han anunciado grandes inversiones en renovables.
¿A qué espera entonces España para meterse de lleno en este escenario con futuro sin combustibles fósiles y con renovables propias y con gran potencial? Lo cierto es que, mientras países desarrollados como Alemania o Francia tienen ya su Plan de Transición hacia el escenario descarbonizado 2050 y países en desarrollo como Papúa Nueva Guinea, Samoa o Cabo Verde se comprometieron en París a alcanzar el 100% de generación con renovables ya en 2030, España no supera aún en su planificación energética el horizonte 2020 y se ha estancado en una participación de las renovables en la generación eléctrica de algo más del 40% y en energía final de algo menos del 20% y sin perspectivas de mejorar.
La respuesta es que por el momento no es el Gobierno el que hace la política energética, sino que la conforman el oligopolio energético y eléctrico condicionándola a rentabilizar sus actuales activos fósiles y a conservar su posición dominante que las renovables (sobre todo la fotovoltaica, que puede empoderar a los usuarios a través del autoconsumo y la autosuficiencia conectada) ponen en peligro.
El desafío y oportunidad para el próximo Gobierno por tanto están servidos. La situación energética es mala pero el margen de mejora es enorme, basta con que se aproveche el clímax del cambio climático para dinamizar la economía española instrumentando como vector la transición hacia este escenario energético con futuro. Solo necesitamos un Gobierno que lo entienda, que gobierne y que no se deje gobernar.
Fuente: Blog 20 minutos