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Si la energía cambia todo cambia, ¿incluso el proceso de globalización?

Domingo Jiménez Beltrán –Presidente de la Fundación Renovables

La primera revolución industrial se hizo con el carbón, la segunda con el petróleo y la tercera se hará, sin duda, abandonando ambos como base para combustibles y carburantes y dando entrada a nuevas energías, las procedentes de fuentes renovables, y se podrá incluso revertir muchos de los escenarios territoriales y globales que se propiciaron con estos materiales combustibles.

El carbón y el petróleo, como materiales de alto poder energético y fácilmente transportables y almacenables, han permitido durante décadas (aunque con diferencias entre el mundo desarrollado o en vías de desarrollo) la deslocalización tanto de los sectores productivos de grandes estructuras de procesos urbanos, que además venían facilitados por la deslocalización de grandes estructuras de generación eléctrica basadas en combustibles fósiles y las grandes redes de transporte de ésta.

A esta simplificación tecnológica de los procesos de planificación económica y territorial se ha unido la posibilidad de forzar las economías de escala en ambos procesos, que ha permitido el desarrollo de grandes polos industriales, en muchos casos especializados (industria química, metalurgia, automovilística…), y, por supuesto, grandes urbes. Todos con un factor o constante común, ser grandes consumidores de la energía que llegaba en forma de carbón, petróleo, gas o electricidad.

Este proceso extendido a nivel mundial, la llamada globalización, ha tenido como resultado una deslocalización y especialización de las estructuras productivas no solo industriales, de trasformación o de servicios, sino incluso agrarias, junto con un proceso de incremento y concentración de la población urbana que ya supera el 50% a nivel global y el 70% a nivel europeo y en ciudades cada vez más grandes.

Esta globalización simplificada o simplista y basada en el acceso deslocalizado a la energía, que podría considerarse como una optimización tanto de los sistemas productivos como de los asentamientos urbanos propiciados por la economía de escala, la especialización y el acceso a servicios ha tenido resultados no deseables.

Los combustibles y carburantes fósiles no solo han provocado el incremento de los Gases de Efecto Invernadero y de los contaminantes atmosféricos hasta cuotas inaceptables generando impactos a todos los niveles, sino que, además, han propiciado modelos productivos y urbanos muy vulnerables o poco resilientes por su gran dependencia de recursos energéticos externos, con los consiguientes procesos asociados en el aspecto productivo, ligados a su especialización, y en el urbano, unido al sobredimensionamiento, la dispersión y la pérdida de funcionalidad del tejido urbano.

El empoderamiento de las ciudades y los ciudadanos

Lo interesante de la ineludible transición energética hacia modelos de producción y consumo desenergizados (con menor consumo energético) y descarbonizados (con sistemas energéticos basados totalmente en fuentes renovables y en general autóctonas) nos va a permitir también propiciar sistemas de planificación, de desarrollo del tejido productivo y urbano, más sostenibles, menos vulnerables y con mayor resiliencia.

Las energías renovables, seguras, accesibles, ya viables económicamente en sus distintas modalidades y en cantidades suficientes en la mayoría de los territorios, permiten “empoderar” energéticamente a los entes territoriales, (municipios, áreas metropolitanas, comarcas, regiones, estados…) e incluso a los ciudadanos que, además de consumidores, pueden pasar a ser también generadores de energía o “prosumidores”, así como a los agentes económicos (polígonos industriales, empresas agrarias…) con una sola condición y es que esta vez sí se “relocalicen” o adapten territorialmente.

Es decir, que recuperen las sinergias y complicidades con el territorio y sus recursos naturales, ahora marginados, para progresar de forma orgánica y no impostada o importada, en lo que ya se conoce como “autosuficiencia energética conectada”. Por tanto, lograr la máxima utilización de energías renovables generadas en su ámbito territorial (en el caso de entes administrativos) o en zonas propias o comunes (en el caso de agentes económicos, ciudadanos o comunidades) aunque manteniéndose conectados para intercambiar sus excedentes y sus carencias y alcanzar en lo posible el “balance neto”.

No es una utopía. Ya sabemos que lo hacen islas como la de Samso en Dinamarca y que aspiran a alcanzar algo similar otras ciudades como Copenhague para 2025 o la Comunidad de Murcia que, solo con instalar placas fotovoltaicas en sus más de 14 km2 de tejados, puede conseguir casi 1.000 MW de potencia eléctrica y generar el equivalente al consumo eléctrico residencial de la región.

Y esta es la razón por la que ya hay municipios que se proponen disponer de operadores energéticos, como Barcelona, o municipalizar la red eléctrica, como algunas ciudades alemanas. Y, por supuesto, lo podría hacer cualquier ciudadano si dispone, él o la comunidad, de espacio para unas placas fotovoltaicas (20 m2 para una familia media) si no lo estuviera bloqueando regulatoriamente el Gobierno español por priorizar los intereses de las eléctricas, aunque puede “cortar los cables”, solución extrema que, incluso, le sale más barata que la energía de la red.

Y lo prometedor es que este paso viable hacia la “soberanía energética” abre el camino hacia muchas otras “soberanías” o “autosuficiencias conectadas” para las que disponer de energía propia es la clave, como puede ser la necesaria para alimentar el ciclo del agua. Un ejemplo claro es el de la costa mediterránea, donde la carencia de agua podría solucionarse con la desalación de agua de mar y acceder así a la “autosuficiencia conectada en materia hídrica” (complementada por recursos tradicionales o incluso intercambios hídricos) y con ello progresar en la ahora tan traída “soberanía alimentaria…”.

Disponer de energía propia permite también alimentar las industrias básicas, de transformación y reciclado y, en general, la economía circular además de un nuevo sistema de transporte cada vez más electrificado y conseguir en distintos ámbitos territoriales avanzar en la “autosuficiencia conectada” y con ella en la sostenibilidad territorial y en una mayor resiliencia y menor vulnerabilidad, sobre todo en tiempos de crisis, lo que convendría, especialmente, a los países en vías de desarrollo como ya han entendido Cabo Verde, Nueva Guinea-Papúa o Samoa comprometidas en el 100% renovables para 2030.

Estamos hablando finalmente de darle la vuelta a esta globalización y deslocalización que tan vulnerables nos ha hecho, como ha mostrado la crisis global magnificada en el caso español, pasando de su configuración tan aireada como “aldea global”, que desgraciadamente no fue acompañada por una gobernanza global, a “el mundo en una aldea”.

Bastaría unir a esta “autosuficiencia conectada” socioeconómicamente las posibilidades de acceso al conocimiento, a la información y a los servicios de las TIC para el desarrollo de territorios y ciudades inteligentes u otras unidades territoriales diversas, multifuncionales… que tienen casi todo lo que necesitan y el resto lo intercambien de forma no tan vulnerable como la actual.

Y todo empieza con la energía y se puede iniciar ya en las ciudades como la Fundación Renovables en su propuesta “Ciudades con futuro”.

Fuente: Blog 20 minutos.

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